UNA LLAMADA DE DIOS EN NUESTRA VIDA Y PARA NUESTRA VIDA

Cuando llega el mes de marzo, todas las parroquias de nuestra Archidiócesis de Sevilla, reciben la anual visita de los seminaristas. Muchas veces “importunamos” con nuestra presencia pues nos envían a hablar en las Misas alargándose estas sin remedio. Rostros de desesperación, ojos que miran con descaro el reloj, bostezos…y para colmo ¡nos hablan de la supuesta llamada de Dios! ¿Pero qué es eso? ¿Cómo Dios va a llamar? ¿Acaso es que estos jóvenes no se han ido preparando desde chicos para ser curas y ahora dan el paso? ¡Seguramente alguien les habrá comido la cabeza…!

Queridos hermanos, la llamada de Dios no es un acontecimiento puntual en la vida, no es despertarse una mañana y decir «esta noche un ángel ha venido a mis sueños y me ha dicho que Dios quiere que yo sea sacerdote». No, la llamada de Dios es un proceso que se va desarrollando a lo largo de nuestra vida, acompañado de un discernimiento profundo a partir de hechos, circunstancias e intuiciones tanto personales como comunitarias.

Y esto no es nuevo, la Biblia está llena de historias de hombres y mujeres «normales» que sintieron que Dios los llamaba a algo distinto para su vida: Moisés, Abraham, Samuel, Isaías, Jeremías, Judit, Pedro, Pablo o la Virgen María son ejemplos claros de ello.

El profesor de Sagradas Escrituras, Santiago Guijarro, escribió hace algunos años una conferencia preciosa en la que describía los siete rasgos de la vocación a partir del relato de la vocación de Moisés (Éx 3,1-12: 4,10-12).

De la lectura de este relato, podemos extraer un primer rasgo vocacional. Dios llama en medio de una comunidad, es decir, que no es un hecho aislado. La vocación no es algo exclusivamente personal. Dios elige en medio de una comunidad para el bien de su Iglesia. La vocación nace en un entorno eclesial. Pero la llamada también tiene un lado personal, y es que ella viene precedida de un encuentro personal con Dios. ¿Cómo un encuentro? Pues sí, todos los personajes de la Biblia se encontraron con Él. Sirva de ejemplo el encuentro de los apóstoles con Cristo, llamados directamente por Él.

¿Cómo nos encontramos nosotros hoy con Dios? Pues la llamada no ocurre de pronto, sino que es fruto de una experiencia personal de encuentro con el Señor: descubrimiento de su amor, de su bondad, de su misericordia en tu vida. La vocación implica el reconocer con cuanto amor Él te ha tratado, te ha cuidado y el descubrir que hay un proyecto y un lugar que Dios ha pensado para ti.

La llamada de Dios, como hemos dicho, es personal, pero además Dios nos llama por nuestro nombre, con nuestra historia, con nuestras cualidades y defectos. ¡Muchos de los grandes personajes de la Biblia tenían un pasado auténticamente vergonzoso! Dios elige a la gente normal, con su pasado, con sus fracasos y decepciones. Te llama porque te ama de verdad.

El sentir que Dios te llama por tu nombre y caminar tras de él, te transforma. Eso implica que Él te cambie tus planes y proyectos. Tus preferencias, serán otras. Tus sueños iniciales dejan de serlo, porque de manera espontánea se empiezan a identificar con los de Cristo.

El mirar al mundo que te rodea y ver las necesidades de cuantos sufren, el mirar la comunidad eclesial que vive a tú alrededor, el ver como la Iglesia necesita de tu ayuda para llevar la Buena Noticia de la salvación, el ver la falta de compromiso hoy, es otro rasgo vocacional. Uno descubre que Dios lo llama cuando mira a su alrededor. Esa sensibilidad para descubrir las necesidades de hoy, es un rasgo claramente vocacional.

Y es quizás lo más común de todo. La llamada de Dios despierta un intenso deseo de responder, pero también provoca reticencias, miedo. Todos los grandes personajes de la Biblia lo tuvieron, miraron esa llamada con un enorme respeto ante la responsabilidad de una invitación tan alta. Cuando se percibe la llamada de Dios, en nuestro corazón se produce una gran batalla, entre la ilusión por la convocación y el miedo a aquellas cosas que nos atan, afectos, cosas materiales.

Por último, de toda la lectura bíblica, podemos quedarnos con el hecho cierto de que cuando Dios llama, nunca se desentiende ni de la misión ni de quienes han decidido seguir.

Así lo vemos cuando Jesús va a ascender al Cielo, que le dice a sus discípulos “Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el final de este mundo” (Mt 28,20).

Estos siete rasgos, presentan muy sucintamente la grandeza de la llamada de Dios a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Quizás puedan ayudarnos a entender un poco mejor nuestra experiencia vocacional, que como he dicho al comienzo no está reservada a unos pocos. Dios llama nos llama a todos, y una vida cristiana es, en definitiva, una vida vivida en clave vocacional.

Gonzalo Fernández Copete